viernes, agosto 14, 2009

FORMALISMO BURGUÉS

El 22 de enero de 1934 se estrenó en Leningrado la ópera de Dimitri Shostakovich “Lady McBeth de Mtsenk". Tuvo tal éxito que el propio Stalin quiso saber de qué iba la cosa.

Así que, el entonces gran custodio de la ortodoxia comunista, se presentó en una de las representaciones para poder comprobar por sí mismo a qué se debía semejante triunfo. Pero, en mitad de la representación, Don José, se levantó y se fue. A alguno le empezaron a temblar las piernas.

Y, efectivamente había motivo, porque, al día siguiente, en un extenso artículo del diario “Pravda”, que muchos atribuyeron al propio camarada Stalin, se hacía una crítica mordaz y terrible de la obra de Shostakovich, acusándola, entre otras cosas, de formalismo burgués.

Las consecuencias de tal diatriba no se hicieron esperar, y la obra fue retirada del teatro y, consiguientemente, prohibida. Sólo, después de que para desgracia del comunismo internacional, en marzo de 1953, don José estirara la pata, pudo reponerse una versión de la obra, aunque algo suavizada por el propio Shostakovich.

Además, desde que la ópera se eliminó por su “formalismo burgués”, el pobre Dimitri, que era uno de los compositores más prometedores de la URSS, cayó en desgracia y, aunque no llegó a sufrir todos los rigores de los que era capaz el estalinismo, si padeció una marginación importante que le condujo a una severa depresión.

Sin embargo, lo importante de esta historia es comprobar que Stalin veló siempre por la salud política del proletariado soviético y que, gracias a su permanente celo, evitó cualquier desviación ideológica y el aburguesamiento del pueblo, del arte y de la cultura soviéticas. ¡Que maravilla!

Pues bien, cuando ya estábamos muchos de los que nos consideramos de izquierda, e incluso herederos del comunismo, apenadísimos y contritos en la creencia de que no tenemos hoy un faro equivalente a Stalin, que nos guíe con mano sabia, aunque a veces dura, para hacernos ver nuestros errores y, si es necesario, levantar confesión pública de los mismos, y someternos al merecido castigo, he salido de mi desolación tras leer en un diario que sí hay alguien que se desvela por nosotros.

Si señor, ¡el camarada Hugo Chávez! Este revolucionario irredento y tantas veces vilipendiado, acaba de emular a Stalin y ha declarado que el golf es un deporte burgués y, consecuentemente con esa declaración de tan alto significado intelectual, ha comenzado a cerrar los campos donde se practica ese deporte verdaderos centros, además, de conspiración de la burguesía venezolana.

Afortunadamente yo todavía no había caído en el error fatal de jugar al golf, en primer lugar porque sencillamente no me gusta en absoluto, y en segundo porque requiere un tiempo del que difícilmente dispongo. Por lo tanto, no me siento preocupado por mi mismo ni por alguna desviación ideológica.

También coincido, en términos generales, con quienes señalan que el golf requiere un consumo de agua que, en algunas zonas, resulta escandaloso y atenta contra el uso razonable de tan preciado líquido. Pero siempre he entendido yo, ignorante burgués, que esta práctica está vinculada más bien a intereses especulativos y no a veleidades aburguesantes, como el camarada vigilante ha dicho. Se ve que estoy equivocado.

Espero que el camarada Chávez no ceje en su desvelo y en el futuro nos diga, además de que deporte es peligroso para nuestra conciencia proletaria, que libros, qué música, que arquitectura o que pintura no debemos ni siquiera en la intimidad leer, escuchar o admirar, para no infectarnos del virus de la burguesía.

Y, si a mano viene, podemos hacer como los de partido nazi y organizar piras públicas de libros, quemar tiendas donde vendan arte degenerado o incluso derribar, como hicieron los talibanes las estatuas de Buda porque, más que arte eran un atentado contra el Islam. Yo, por mi parte, prometo reeducar a mis compañeros golfistas, muchos de ellos izquierdistas, pero seducidos ya por el malsano deporte

A partir de hoy, dormiré tranquilo porque sé que el camarada Chávez piensa por mí.

martes, agosto 11, 2009

QUE NO CUNDA EL PÁNICO


Esta mañana, mientras me dirigía a mi puesto de trabajo, he escuchado una noticia que me ha tranquilizado por completo y, al mismo tiempo me ha llenado de gozo. Resulta que, según la emisora que estaba sintonizada, nadie debe sentirse alarmado ni tener miedo de ir a Mallorca a pasar sus vacaciones como consecuencia de los últimos atentados de ETA que, entre otras cosas, han costado dos muertos.

Y ¿cuál es el argumento para hacer semejante afirmación tan tranquilizadora? Pues muy sencillo, que si los borbones no han alterado su plan de vacaciones, sería absurdo que el esto de los mortales lo hiciera. ¡Ahí es nada, brillante deducción!

Claro, que yo podría pensar, ingenuo de mí, que los susodichos borbones tienen una escolta policial permanente, inhibidores de ondas y de infrarrojos en 200 metros a la redonda y todas las medidas de seguridad que corresponden a tan egregia familia. Pero no eso no cuenta.


Lo que nos tranquiliza es que ellos, tan tranquilos, van de compras y te los puedes encontrar en cualquier calle y con ello le dan ejemplo de valentía y sencillez a propios y extraños. Por cierto, van de compras con el dinero que les pagamos para que tengan unas merecidísimas vacaciones después de un año agotador de trabajo.

¡Hombre!, puestos así, hubiera preferido oír que han sido detenidos los autores de los atentados y colocados a buen recaudo o, también, que confirmaran los responsables policiales que, en la medida en que es posible asegurar estas cosas, no queda comando alguno de ETA en Baleares. Pero me tendré que conformar con la normalidad borbónica y sus apoteósicos y campechanos paseos por Palma.

La verdad es que el grado de estupidez y necia adulación que hay en este país en torno a este familión raya en lo verdaderamente indecente. Sería mucho mejor que, ya que son intocables, y que sus actividades y negocios son de una opacidad verdaderamente insultante, no nos dieran la matraca con sus idas y venidas y nos machacaran con el rollo de sus compras en las tiendas palmesanas. Y de paso, ydicho sea sin ánimo de ofender , espero que, al menos, paguen lo que se lleven.

Sería mucho más prudente mantener un discreto silencio en torno a un familión que nos cuenta una pasta gansa por el simple hecho de estar ahí, sin hacer nada que merezca la pena y que, en definitiva, están donde están gracias a la decisión de un golpista que impuso hace 40 años al actual jefe del estado.

No soy muy partidario de estar todo el día dando el tabarrazo con la cuestión de la monarquía, porque considero que ahora no es un tema prioritario de nuestro país, que tiene muchos problemas más urgentes que resolver, aunque evidentemente, antes o después, habrá que plantear seriamente en España la cuestión del modelo de régimen y tantear democráticamente la posibilidad de sustituir del actual sistema por una república. Y de ese asunto prometo escribir algún día.

Pero, entre tanto, sería deseable que los corifeos de la borbonez, estuvieran calladitos, que se abstuvieran de molestarnos con las imaginarias virtudes y aportaciones de bonhomía de estos personajes, a la convivencia y a la historia reciente de España.


No vaya a ser que por tanto insistir acaben por dinamitar mucho antes a la institución que tanto aman y agotar la paciencia de los ciudadanos.

domingo, agosto 09, 2009

¿PERDIO HITLER LA GUERRA?



Roberto Maroni

Mañana se cumplen 64 años del final de la Segunda Guerra Mundial (SGM), que finalizó con los lanzamientos de las dos siniestras bombas atómicas que, por mucho que se empeñen en los Estados Unidos, no tuvo la más mínima justificación. Fue sencillamente un genocidio más.



Guardia Nacional Italiana


El final de la SGM (1939-45) se vivió como una auténtica liberación. No sólo por el cese de las hostilidades, sino porque con ese final se enterraba una de las doctrinas más tenebrosas, si no la que más que se han dado en la historia, y que durante 12 años causó, tal cantidad de víctimas que resulta difícil de creer.

Al final de la contienda se contabilizaron 55 millones de muertos, de los que la mitad eran ciudadanos soviéticos. A los que hay que sumar seis millones de judíos víctimas del holocausto. La mayoría creyó que el nacional socialismo moría en aquellos días del final de SGM.

Han pasado los años y, lo que hace algunos empezó a ser para mí una duda, es casi hoy una certeza: de alguna forma Hitler, el nazismo (con sus aliados y cómplices), no perdió la guerra y, aún mucho menos, fue enterrado. Sencillamente, como otras muchas cosas, se ha transformado, pero sigue ahí, atento, vigilante, al acecho para sembrar su veneno a la más mínima oportunidad.

Esta es la explicación de que un fascista como Roberto Maroni, ministro del Interior del también fascista Silvio Berlusconi, hayan podido llevar adelante, sin complejos, la nueva Ley de Seguridad que está en vigor desde ayer en Italia y que cuenta con la entusiasta colaboración de muchos ciudadanos que, como los nuevos voluntarios de Hitler, se prestan a patrullar las calles en busca, captura y denuncia, del inmigrante ilegal.

Una Ley que permite multas de varios miles de euros a quienes lleguen ilegalmente, encarcelamientos, retenciones de hasta seis meses y expulsiones sin más del territorio europeo, para todo aquel que no tenga los papeles en regla. ¡Y ay de aquel que ose ayudarlos!

No soy tan necio como para no entender que la inmigración ilegal es un problema importante (esencialmente humanitario) y que a determinados países les afecta más que a otros. Tampoco ignoro que entre la gran cantidad de personas que llegan a la Unión Europea en busca de trabajo, hay algunos que son auténticos delincuentes. Evidentemente estas situaciones requieren de alguna solución que respete los derechos humanos y evite, la explotación de cualquier tipo del inmigrante. Es posible que para asegurar mejor sus derechos haya que establecer algún tipo de regulación.

Y considero que precisamente requiere esta cuestión de una pronta solución para evitar que estos grupos cada vez más numerosos de nazis y fascistas nos puedan imponer a los demás, desde la más absoluta legalidad, la suya: la represión brutal. Quizá sea un error esconder la cabeza debajo del ala y limitarnos a la palabrería de siempre.

Porque esa táctica miope de la Izquierda italiana, y de la europea en general, hace que una gran parte de los ciudadanos sólo acaben por ver la parte negativa de la inmigración: los problemas de convivencia, el choque cultural, el desconocimiento mutuo etc., que indefectiblemente atizan el miedo y con ello, las soluciones extremas.

Hace 60 años Hitler proclamó los judíos eran los causantes de todos los males de Alemania y del mundo y se propuso exterminarlos; hoy Maroni dice que hay que acabar con la inmigración ilegal; en el Reino Unido han logrado ¡los sindicatos! que las empresas den preferencia a los trabajadores locales frente a los inmigrantes; en Francia, país de acogida por excelencia, la inmigración es cada vez peor vista y se establece un cordón sanitario a su alrededor.

¿Y, en España? También aquí se oyen voces que señalan que hay que poner coto a la inmigración ilegal. Vienen desde donde siempre. Precisamente de los sectores que más se benefician de su existencia. La xenofobia se extiende y las agresiones empiezan a ser frecuentes. El PP, partido con claras opciones de gobernar se pone a la cabeza de esta idea y machaca con ella constantemente: problemas de seguridad, convivencia y el efecto llamada...

Urge, y mucho, que la Izquierda despierte de una vez y asuma este asunto como prioritario a la hora buscar y dar una solución civilizada, antes de que los efectos del virus nazi-fascista empiecen a extenderse sin remedio entre una sociedad asustadiza, porque Berlusconi y Maroni, no han asaltado el poder, no han dado un golpe de estado, no están en el poder tras una marcha sobre Roma, lo han tomado legalmente con el respaldo de la mayoría, igual que Hitler en 1933.