miércoles, abril 14, 2010

¡VIVA LA REPÚBLICA!

Los españoles no alcanzaremos nuestra plenitud como ciudadanos libres, en el sentido total del concepto político de la palabra, hasta que nos desembaracemos definitivamente del vestigio más ominoso y visible de la dictadura franquista: la monarquía.


Esta realidad, por mucho que algunos intenten disimularla, hace que la fecha de hoy, 79 aniversario de la proclamación de la II República española, tenga un significado especial para muchos de nosotros.

Tal vez, por primera vez en muchos años, se empieza a detectar que la monarquía franquista está en declive; que cada día tiene menos adeptos y que los que se convirtieron en furibundos juan carlistas se baten en franca retirada ante la imposibilidad de defender ni a la persona, ni a la institución.

Pero, pese a ser todo esto verdad, no deberíamos caer en el error de convertir el 14 de abril en una festividad sólo rememorativa y de recuerdo, con cierto aire nostálgico.

No, el 14 de abril debe, ante y sobre todo, ser una fiesta de reivindicación que tiene que extenderse al 15, al 16 y así hasta cada uno de los días de cada semana, cada mes y de cada año hasta que se logre el objetivo, que no es otro que la proclamación de la Tercera y, con ese acto político, enterrar definitivamente el franquismo.

Debemos conjurarnos para que cada día que pase logremos atraer al máximo de personas posible a nuestra cusa cívica, liberadora, laica, integradora pero, al mismo tiempo, respetuosa con la historia de los pueblos de España.

Como ya dije en cierta ocasión en caso alguno debemos patrimonializar el concepto republicano. Pertenece a todos los que creemos en la libertad de la ciudadanía, frente a la docilidad de los súbditos. 

Sea pues este 14 de abril, mucho más que una celebración, un punto de partida, la señal para la recuperación definitiva de nuestra dignidad que fue secuestrada por las fuerzas del mal; esas que, aún hoy,  pretenden desde los cuatro puntos cardinales de la política doblegar nuestros espíritus y torcer nuestras voluntades.


Amigos y amigas ¡Viva la República!

martes, abril 13, 2010

GARZÓN COMO PRETEXTO

Tenía que suceder. Antes o después se tenían que notar los efectos perversos de la tan alabada Transición;  de aquel pacto infame en el que los franquistas lograron perpetuarse, con la anuencia de una serie de individualidades y colectivos que,  unos de buena fe, otros por cálculo interesado,  prefirieron la vía de la reforma antes que la ruptura.





Ahora nos mesamos los cabellos, es el momento de la indignación y de la cólera, pero, en realidad, todo lo que está sucediendo es el resultado de tantos y tantos años de amnesia generalizada, de silencios deliberados, de dejar pasar el agua de la historia.

Baltasar Garzón, juez de la Audiencia Nacional, que como tribunal especial que es, supone una ignominia en cualquier democracia que se precie, es ahora víctima de un sistema despiadado que, de alguna forma, todos hemos contribuido a crear. No nos podemos llamar a engaño. Él tampoco.

Muchos han colaborado de forma entusiasta en la Ley de Partidos, en ominoso caso del diario Egunkaria. Tendrían que saber el peligro que eso suponía.

Pero el juez Garzón es en realidad sólo el pretexto que se utiliza para algo mucho más profundo, mucho más lesivo e ignominioso.

No se trata, por tanto, de la persecución individualizada contra un juez determinado. Se trata de que nadie ponga en duda la legitimidad del olvido, de dejar bien claro que los crímenes, las fosas desconocidas, los recuerdos de la represión, de la muerte, no se abren, que deben quedar bien encerrados bajo siete llaves como el sepulcro de el Cid.

Se trata de continuar con la tergiversación de la verdad, de lograr que nadie se pregunte por qué, quienes, cuando. Se trata de que nadie dude de la versión secular, de que no haya preguntas que cuestionen la inacción de la justicia.

Se trata de demostrar claramente que en España no se puede revisar nada de lo que tenga que ver con el franquismo, que esa época de nuestra historia es intocable porque así se pactó hace ya muchos años y, por tanto, que pretender ahora remover aquello es un acto inadmisible y un atentado contra la democracia.

Se trata de que se tenga muy claro que los vencedores siguen siendo los vencedores y los derrotados los vencidos. Se trata de reconocer la placidez del franquismo y su necesidad histórica. 

Se trata de que los españoles sepan para siempre que el pacto de la Transición no se puede revisar por muchos años que pasen, que aquellos actos terribles, no fueron tales crímenes, sino el resultado de un enfrentamiento en el que, en el mejor de los casos, la responsabilidad es compartida.

No nos extrañe entonces lo que ahora sucede. Quienes aceptaron el acuerdo con los franquistas tendrían que haber sabido que era como firmar con un pacto con el diablo y que éste, antes o después, viene a reclamar su parte: la mentira y el olvido cómplice.