sábado, enero 22, 2011

BIENVENIDO AL CENTRO MR. CASCOS

Debemos congratularnos seriamente porque uno de los mayores exponentes humanos de la derechona pura y dura se defina ahora, en ese partido llamado Foro Asturias,  y tras su sonora bronca y posterior ruptura con el Partido Popular,  de centro y municipalista. Así pues, bienvenido al Centro Mr. Cascos.

Pero ¿qué es situarse en el centro político? Pues sencillamente en el mejor de los casos se podría decir que es colocarse en la indefinición más absoluta, pretendiendo hacer creer a los ciudadanos que se está en el equilibrio, en la equidistancia, alejado de los maximalismos, o sea, en la nada.

En realidad, el centro político no existe; es una entelequia, una especie de disfraz para engatusar a personas con ciertas cautelas, o más bien disimulo, ante lo que se ha venido comúnmente definiendo como izquierda y derecha. Personas, sobre todo, a las que asustan en el sentido literal de la palabra, los postulados que consideran radicales, casi siempre vinculados a los avances sociales. Al final el centro es también parte de la derecha y sólo circunstancialmente, si huele alguna ventaja personal, apoya a la izquierda.

Curiosamente, el centro está lleno de siglas y siglas. Cada vez que alguien se separa de su organización, de forma inmediata se define de centro. Los ejemplos abundan en los últimos años como para tener que recordarlos. También hay quienes se definen de centro desde siempre pero por motivos más bien emparentados con la historia.

La llegada de Mr. Cascos al centro va a quitar -dicen- espacio a otros que también están ahí. Yo, francamente, lo dudo bastante.

Algunos políticos tienen tendencia a creer que son una especie de santones y que basta su aparición en la arena para que las masas les sigan cual profeta. Es posible que esto sea así durante algún tiempo, pero más a la corta que a la larga, todos estos experimentos acaban en sonoros fracasos, entre la indiferencia general. También en esto hay ejemplos abundantes.

No negaré que se puede producir un efecto tirón. Ese fue el caso de UPyD; pero ya se ha demostrado que, por lo menos en lo que hace a las elecciones en Catalunya, no ha llegado a nada. Bueno sí, al ridículo. Poco a poco irá perdiendo fuerza. No se puede vivir permanentemente del populismo y la demagogia. Eso tiene éxito en tiempos de grandes crisis. Pero, después, hay que aportar grandes soluciones y es ahí donde fallan estos “centristas” de forma estrepitosa.

Por otro lado, esos mismos profesionales de la política tienen una opinión muy alta de sí mismos. Creen que son imprescindibles y no tienen el más mínimo sentido de servicio a la sociedad. Sin embargo, a muchos de ellos, fuera de su ámbito más cercano, no les conoce casi nadie, o precisamente porque se les conoce, es por lo que están lejos de cualquier triunfo.

Podría parecer que defiendo a las grandes formaciones frente al pluralismo: nada más lejos de la verdad. Lo que pasa es precisamente lo contrario, la defensa del pluralismo es incompatible con la existencia del oportunismo, que es su mayor enemigo porque éste perjudica a quienes si trabajan en serio desde posiciones minoritarias.

Es posible que Mr. Cascos en Asturias tenga algún predicamento; ya lo veremos. Pero, fuera del Principado su capacidad de maniobra es escasa porque le va a ser muy difícil enfrentarse al aparato de su expartido. Y lo mismo vale para otros líderes y lideresas. Por eso prefieren hacer todo lo posible para hacerse con el poder en su formación a costa de lo que sea. Le pasó a Cascos, le pasó a Rosa Díez y le pasará a quien lo intente.

En todo caso, si esta decisión supone que, de alguna forma o durante algún tiempo, la derechona va a ser debilitada pues mejor, aunque preferiría que la Izquierda no tuviera que depender de estas cuestiones para convencer, seducir y gobernar. Así que lo dicho, bienvenido al centro Mr. Cascos.

domingo, enero 16, 2011

¿REQUIEM POR EL SINDICALISMO DE CLASE ESPAÑOL?

Sería absurdo negar el que el sindicalismo español representado fundamentalmente por dos organizaciones históricas, como UGT y CCOO, está en una profunda y seria crisis de credibilidad. Su errática actitud desde que se inició la crisis, su falta preocupante de respuestas contundentes a ésta,  y la percepción por la mayor parte de muchos trabajadores de cierta connivencia con el gobiernillo de ZP, han hecho caer su prestigio e influencia a un nivel mínimo.

Pero, sería igualmente absurdo, achacar este problema sólo a la crisis. La cuestión sindical se arrastra desde hace muchos años, pero ahora,  por unas circunstancias verdaderamente terribles, se ha manifestado de la forma más dura posible.

Lo más dramático es que,  mientras los mercados se han organizado perfectamente, han presionado a los gobiernos, han manipulado las informaciones y las realidades, han especulado con la economía y han doblado voluntades pretendidamente soberanas,  las fuerzas sindicales han estado muy por debajo de lo que cabría esperar de ellas.

Y la cuestión, no es sólo si ambas centrales han acertado en la convocatoria, tardía, de una huelga general, o si el anuncio de que en enero no habrá otra huelga de ese tipo es conveniente o no.  Este es un hecho puntual sobre el que se puede debatir. Ciertamente son aspectos relevantes pero, con todo, son nada más la manifestación pública de un problema mucho más de fondo; una cuestión de estrategia y de ideología.

Lo cierto es que el sindicalismo español es muy débil, por falta de militancia, y está maniatado por su inmersión excesiva en el sistema que, curiosamente, es el que lo financia. Los sindicatos dependen de los presupuestos del Estado y, por tanto, jamás actuarán contra un sistema que les mantiene.

De ahí que hayan hecho de la negociación con el gobierno de turno todo el eje de su política. Y no siempre el pacto es la mejor solución.

Por eso los trabajadores nos preguntamos ahora qué es lo que hay que negociar en las condiciones actuales. Con una gobierno que ha tomado una serie de medidas absolutamente contrarias a los intereses de la mayoría hay muy poco que negociar y si mucho que presionar.

Si la oferta de acuerdo, por ejemplo,  es rebajar la dureza de la reforma laboral en algunos aspectos, a cambio de ampliar la edad de jubilación y presentar esto como resultado de una negociación, la respuesta debe ser que eso es un simple intercambio de cromos para salvar la cara,  y no aceptar semejante tomadura de pelo como un éxito.

Evidentemente, la dependencia sindical del sistema, es una cuestión directamente proporcional a la importancia de cada central y,  no recibe lo mismo UGT que USO o CNT,  por poner algunos ejemplos. Por eso el sindicalismo de clase está hoy más cerca de estas organizaciones pequeñas que de las dos mayoritarias.

Pero con ser esto muy grave, no lo es menos el anquilosamiento de UGT y CCOO en los últimos años, en los que se han dedicado casi con exclusividad a la gestión y negociación de convenios colectivos, y en la mayor parte de los casos en sus aspectos meramente salariales. Hay excepciones, pero son precisamente las que confirman la regla.

La consecuencia de esta actitud es que buena parte de los trabajadores han llegado a la conclusión, absolutamente equivocada y con unos resultados catastróficos, de que las centrales sólo sirven para eso y se han desentendido de ellas. La afiliación es mínima y la militancia activa aún más.

Precisamente por esto, es por lo que no se ha producido la necesaria renovación en la cúpula dirigente sindical. Este cambio de personas, de líderes, de actitudes es hoy más precisa si cabe, porque los que están, llevan demasiado tiempo, están aletargados, nos son capaces de ver que la sociedad ha cambiado y además, en ocasiones, aunque esa crítica es muchas veces injusta, algunos han caído en un serio desprestigio personal que perjudica a todos los demás.

Los sindicatos han confundido ser responsables, no crear un gran conflicto social innecesario, con ser ineficaces, no actuar nada más que cuando la situación se ha hecho verdaderamente insostenible y cuando el país supera los cuatro millones de desempleados.

El sindicalismo español de clase necesita una revolución interna intensa; total, tiene que arrasar las viejas estructuras que no sirven, acercarse a todos los trabajadores, hacer un llamamiento a la ciudadanía para que presione con firmeza ante la ofensiva del gobiernillo representante de los mercados.

De lo contrario nos veremos entonando un réquiem por los sindicatos y, después, por nosotros mismos.