Recuerdo
ahora el nombre que dio a su blog mi buen amigo Fausto Fernández y me permito –espero que no se enfade-
utilizarlo como título para esta entrada porque, en realidad, una buena parte de la pesadilla que estamos
viviendo los ciudadanos de este país, es consecuencia de aquellos polvos del
pasado que se dio en llamar transición y de donde proceden los fétidos lodos de hoy.
Es
evidente que quienes urdieron la gran estafa de la transición deberían haber
previsto que el pacto con los herederos del franquismo acabaría pasando factura
de una forma u otra. Es posible que no pudieran prever todas las consecuencias
de aquella desafortunada decisión pero, algunos contubernios, era evidente
que acabarían cuasando un desastre.
Entre éstos , uno de las más importantes, fue el mantenimiento de (sometimiento a) la monarquía del 18 de julio y haber tolerado durante
años la total opacidad y la absoluta impunidad del familión borbónico. Ahora sale toda la porquería a relucir como una novedad impredecible. Pero, ¿alguien en su sano juicio puede creer que
todas estas cosas, verdaderamente inmorales, han ocurrido a espaldas del máximo
responsable de esa familia?
Está
claro que durante años ha sido imposible controlar las actividades de los miembros
de la familia borbón; sus negocios, sus relaciones con personas de dudoso
comportamiento, sus idas y venidas y sus
amistades más que peligrosas y muy generosas. Todo se ha
rodeado de un halo de silencio. Todo han sido parabienes y campechanías, todo adulación.
Ahora, cuando la realidad empieza a demostrar que la
suciedad también afecta, ¡y de que forma! a esa institución trasnochada, se pretende ir preparándonos para una burda
maniobra. Empiezan a llegar con
insistencia los mensajes sobre la necesidad de una abdicación urgente de borbón
padre en su hijo para que la pestilencia no tenga efectos tan nocivos que se
ponga en cuestión todo en entramado.
Y llegan, lógigamente, desde los sectores que, en su día, aunque no solo, apoyaron la perpetuación de franco-monarqwquismo: PP y Psoe, en la político, grupos mediáticos y empresariales y entidades de diversa catadura.
Pues
bien, no vale. Es posible que en principio logren que el beneficiario del franquismo que, ocupa todavía la jefatura del estado, abdique
en su querido hijo, pero dudo bastante de que esa maniobra sirva durante mucho
tiempo.
La monarquía de la transición está
definitivamente tocada, está contaminada
por la putrefacción, por el aprovechamiento de la posición privilegiada de sus
integrantes para enriquecerse de forma indeseable.
Si esto ya hubiera sido criticable en cualquier circunstancia,
mucho más lo es ahora cuando el ciudadano está harto de ver como se empobrece
cada día que pasa, como para muchos de
ellos empieza a ser un calvario llegar a
fin de mes, como para otros muchos su
principal preocupación es saber si al día siguiente seguirán bajo un trecho o
le arrojarán de su casa.
Mientras seis millones engrosan la terrible lista del desempleo, y millones de familias tienen a todos sus componentes en el paro, vemos
como el familión mira para otro lado con el enriquecimiento ilegal y se limita
a decir que es un “comportamiento poco ejemplar”. ¡Que desfachatez!
Y, cuando
muchos vemos drásticamente recortados los sueldos, recortados derechos sociales, impedidos de
acudir a las aulas o disponer de una sanidad pública decente, vemos las trapisondas de la
institución que aún presume de que la
justicia es igual para todos, y nos insta a que arrimamos el hombro para salir juntos de la crisis, como tanto le gusta decir al borbón.
No, esto no puede quedar con resuelto con una abdicación como si nada hubiera
pasado. Ha pasado mucho y muy grave.
Acabo ya como
empecé, usando otra cita, en este caso de Ortega: delenda est monarchia. Con un poco de suerte antes que después.